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EL PLOMO Y LA CAZA

El plomo de los perdigones que se utilizan para cazar pueden dejar un rastro en la carne de los animales capturados

El plomo es un metal pesado que, aunque parezca mentira, puede hallarse en determinados alimentos. Las vías por las que llega a ellos son dos: a través del medio ambiente o de ciertas actividades protagonizadas por ser humano. A pesar de que su uso se ha sustituido poco a poco por otros materiales en el campo de la construcción, en la elaboración de pinturas o en la fabricación de tuberías, la exposición de las personas a través de la alimentación continúa vigente. Además de los cereales, las verduras y el agua, otra de las principales fuentes de exposición es la carne de caza. Este riesgo, conocido desde hace ya varios años, cuenta ahora con una nueva investigación que revela que los fragmentos de perdigones que permanecen en la carne pueden dejar pequeñas partículas de plomo que se distribuyen a través de los tejidos del animal, con independencia del modo de cocción que se aplique.

 


El plomo es un metal muy tóxico para los animales. Algunas de las vías a través de las que este metal llega a la carne son los perdigones o cartuchos, que dejan un rastro de unos miligramos en la herida de especies como la perdiz, el ánade o el faisán, así como las balas que permanecen en el suelo durante años y que ingieren los animales. Otro de los riesgos está relacionado con el tratamiento culinario al que se someten estas carnes, algunos de los cuales puede favorecer su difusión. Los síntomas más característicos tras un exceso de este metal en los alimentos son daños renales, anemia e hipertensión. Para reducir estos riesgos ya se buscan desde hace tiempo alternativas al plomo. De ahí que las balas elaboradas con este metal se hayan empezado a sustituir por otros materiales como el cobre, no tan tóxico, el acero para caza menor y el bismuto para especies como conejos y liebres.

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